Al sudeste de Asia se halla la República de Filipinas, llamada así en honor al rey Felipe II de España, única nación hispánica de toda Asia que estuvo colonizada durante cuatro siglos por españoles. En este lugar veremos uno de los cementerios más impactantes e inusuales de todo el mundo, donde se encuentran los ataúdes colgantes de Sagada.
Desde la capital de Filipinas, Manila, el viaje de 420 kilómetros en autobús lleva 12 horas; desde Vigán, en el oeste, se puede cubrir en nueve o diez horas la distancia de unos 250 kilómetros. Las carreteras de montaña son empinadas, angostas y muchas veces no están asfaltadas. No obstante, el viaje aventurero a través de pasos de montaña, bosques, gargantas y cascadas vale la pena.
Junto a las entradas a las cuevas, cerca de la pequeña ciudad de Sagada, hay ataúdes de madera apilados. Encima de varios de ellos hay calaveras. A través de la madera podrida asoman esqueletos. También hay ataúdes colgados en lo alto de un acantilado. El pueblo montañés de los igorotes creía que las almas de los muertos se asfixian bajo tierra, y muchos de ellos todavía lo creen. Los familiares de los fallecidos esperan antes de colgarlos en sus ataúdes, a que el cadáver emane fluidos, ya que creen que éstos contienen el talento y la suerte de la persona fallecida.
Actualmente, sin embargo, los muertos también yacen en un cementerio común y corriente, situado cerca de la escuela y la iglesia. Las excursiones hacia el cementerio colgante y las cascadas pasan por tupidos bosques con altos helechos, raíces aéreas y heliconias, y junto a pendientes con pequeñas terrazas de arroz.
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