sábado, 3 de marzo de 2012

La verdadera historia de El Ente




De seguro, más de uno recordara el título de la película que vamos hablar, EL ENTE, protagonizada por Barbara Hershey, en donde una mujer, llamada Carla Moran, era violada repetidas veces por un ser que no podía ser visto por los humanos. Por este escalofriante relato, fue llevado a las grandes pantallas, pero detrás de esta película hay grandes investigaciones sobre el tema y una mujer destrozada.

En 1974, el equipo de expertos del laboratorio de parapsicología perteneciente a la Universidad de California recibió una visita inesperada. Una mujer llamada Carla Moran, a la que aún se sigue conociendo como Doris D. pseudónimo usado para proteger su identidad, se puso en contacto con el doctor y director de dicho departamento, Barry E. Taff.

Con evidentes síntomas de angustia, Doris le contó al escéptico investigador que por las noches, en su propio dormitorio, un forma invisible la violaba. En ocasiones la agresión sexual era tan violenta que en su cuerpo eran visibles golpes y heridas varias, incluso en la zona genital. En un primer momento, el psiquiatra achacó los "ataques" a un desorden mental de la mujer, pero en cuanto Doris le mostró las heridas, el dictamen inicial tuvo que ser modificado. Lo que Barry Taff desconocía en ese momento, era que existía una larga lista de casos similares desde tiempos inmemoriales.
En la antigüedad estas presuntas agresiones sexuales por parte de entidades invisibles eran atribuidas a unos seres conocidos por el nombre de íncubos y súcubos: una especie de númenes de la naturaleza o demonios que poseían principalmente a las mujeres. Por supuesto, en pleno siglo XX doctores como Barry E. Taff ya no creían en la existencia de íncubos y súcubos, sino que atribuían este tipo de fenómenos a desequilibrios mentales o a las capacidades desconocidas de nuestro cerebro. Sin embargo, el caso de Doris D. ponía en entredicho cualquiera de las dos teorías anteriores.

Las marcas y heridas de su cuerpo difícilmente podían ser explicadas de forma científica, o al menos teniendo en cuenta los parámetros de la ciencia más ortodoxa. El caso captó la atención del doctor Taff, que decidió entrevistar más a fondo a la mujer, de la que por cierto sólo se sabe que residía en la localidad de Culver y que era viuda. Posteriormente hizo lo propio con sus hijos y vecinos, quienes le confesaron que ellos también habían sido testigos de los fenómenos.

Decidido a encontrar una explicación, el doctor Taff se puso en contacto con el hipnólogo Kerry Gaynor para que indagara en el subconsciente de Doris, con la esperanza de rescatar recuerdos que pudieran aportar alguna pista. las sesiones hipnóticas no aportaron nada en claro. Mientras tanto, las violentas manifestaciones del «ser» seguían produciéndose y la investigación se centró en averiguar cuál era la causa de los arañazos y mordeduras que sufría. Un equipo de médicos, con Taff y Gaynor al frente, decidió instalarse en el domicilio de la mujer.

En aquellos días fueron testigos de la aparición de bolas luminosas, llegando incluso a obtener dos fotografías en las que aparecían reflejadas unas extrañas luces que rodeaban el cuerpo de Doris.



Ni psiquiatras ni exorcistas habían ofrecido una respuesta a Doris, que continuaba sufriendo las violaciones. Las consiguientes marcas en su cuerpo, prueba de que había sido agredida sexualmente, provocaron en la mujer tres embarazos psicológicos

La mujer aceptó trasladarse al laboratorio de la Universidad de California. Allí se le construyó una casa de cristal en la que vivió durante un tiempo, continuamente observada por cámaras y los doctores. La sorpresa llegó cuando una noche todos los presentes pudieron presenciar una de las agresiones.

El cuerpo de Doris se retorcía y se movía como si alguien la empujara y la sujetara al mismo tiempo, pero ninguna de las cámaras registró nada extraño a su alrededor. A esta primera agresión le siguieron otras tantas, las cuales también pudieron contemplar los cada vez más asombrados especialistas.

Parte de los médicos seguía creyendo que su mente albergaba la clave del caso. Sobre todo a partir de que en una de las sesiones hipnóticas a las que era sometida, desvelase que de pequeña había sufrido abusos sexuales, cuyos recuerdos había ocultado en su subconsciente durante años.

Doris se trasladó a Texas con la esperanza de comenzar una nueva vida y perdió el contacto con los investigadores. El caso trascendió al público gracias al libro que escribió Frank de Felitta, quien llegó a ser testigo de una de las agresiones. Posteriormente el libro se adaptó al cine con su mismo título: EL ENTE.

La obra de Felitta no sólo popularizó el caso, sino que también incentivó a una serie de neurocientíficos a estudiar desde un punto de vista estrictamente académico el fenómeno de las violaciones provocadas por presuntos seres invisibles.



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