En Casa do Demo de la aldea coruñesa de Anllóns se registró en 1900
uno de los primeros casos poltergeist documentado en España. Una anciana y su
nieta eran atormentadas en su vivienda por objetos que se movían, ruidos
inexplicables y agresiones de una entidad invisible. A Casa do Demo vuelve a
estar habitada. A casa do Demo es el nombre con el que se conoce a la modesta
vivienda campesina de la aldea coruñesa de Anllóns, que fue abandonada por sus
habitantes tras ocurrir en ella fenómenos para los que aún hoy no encontramos
explicación. Si nos atenemos a las informaciones sobre casas encantadas que han
trascendido hasta la fecha, éste sería de los primeros poltergeist documentados
de la historia de España. Los hechos, que se convirtieron en leyenda, se
remontan a los meses finales de 1899, si bien fue en mayo de 1900 cuando se
hicieron públicos y notorios para toda la comarca. Una anciana, de nombre
Juliana Rodríguez, y su nieta, María Cundíns, necesitaron del auxilio de los
vecinos y la intercesión de la Iglesia para librarse de los fenómenos que
acontecían en su vivienda. Los extraños sucesos habían comenzado a producirse
pocos meses después de que falleciera el marido de la anciana. El párroco de San
Félix de Anllóns, Juan Antonio Combarro, fue el primero en conocer los
sorprendentes sucesos por boca de la propia Juliana. Hasta nosotros han llegado
copias de una carta en la que el clérigo describe su experiencia al periodista
Prudencio Landín. Recuerda Combarro cómo a principios de febrero de 1900 Juliana
había venido a la rectoral para que le hiciese el aniversario a su marido, José
García Pérez. Nada habría de sorprendente en esta petición de no ser por las
razones que aducía para que el acto religioso se hiciese cuanto antes. Tenía el
temor de que ese descuido fuese la causa de las mil vejaciones que venía
sufriendo en su persona y domicilio, lo que no había dicho nadie por temor a que
su buen nombre quedara en descrédito. Pero no tardó en cambiar de opinión
cuando, movido por la insistencia de la anciana, acudió a bendecir la vivienda,
comprobando con sus propios ojos cómo se las gastaban los supuestos
espíritus.
De repente cae una piedrecita con suave proyección al suelo; algo me alarmó
y avivó mi diligencia para examinar la posibilidad de una causa natural. No se
hizo esperar mucho la caída de otra piedra en condiciones que me hizo dudar en
forma. Muy pronto cae a mi lado un pilón de una romanan y luego una mano de un
paraguas, trastos abandonados que no se sabía que existiesen en la casa. Se
posan como unas seis o siete patatas con suave proyección que en una piedra a
nivel apenas se esparramaron, siendo esféricas como se sabe, y con toda
evidencia quedé convencido que la cosa era prodigiosa, y las narraciones de la
anciana y más vecinos eran la verdad. Desde entonces Combarro ya no volvería a
pisar la vivienda aquejado por no sé que temor, aseguraba. Pero no queriendo
dejar desamparadas a Juliana y su nieta emitió un informe dirigido al cardenal
Arzobispo de Santiago Martín de Herrera, solicitando su intervención. La Iglesia
comenzaba a mover sus engranajes. La primera noticia publicada por este rotativo
aparecía el 19 de mayo de 1900: A la anciana le tiraban del cabello, por la
ropa, hasta rasgársela, la palmoteaban, la escupían. Los que presenciaban los
efectos sólo veían el movimiento con fuerte tensión, pero sin el agente. Muchos
interesados en conocer al agente invisible, recogían las patatas, piedras, etc,
y las marcaban. Se desprendía la tapa del horno para venir a golpear la espalda
de la anciana, así como los tiestos, palos y otros objetos. Un día, tanto se
anduvo jugando con un tiesto que la anciana mandó que la nieta lo cerrara en la
artesa, y al instante, sin abrirse la artesa, vuelve al juego dicho tiesto.
La notoriedad de los sucesos de Anllóns fue tanta que finalmente el
cardenal Martín de Herrera decidió atender a las peticiones del párroco Combarro
y nombró una comisión para que investigara lo que allí sucedía. Fuera ya del
ámbito religioso el notario de Ponteceso, Vázquez Amarelle, se desplazó al lugar
para levantar acta de lo sucedido. Combarro concluye que los sucesos finalizaron
cuando la anciana y su nieta abandonaron el lugar y fueron a vivir a casas
diferentes de familias honorables. Lo siguiente que sabemos de las involuntarias
protagonistas de esta historia es que la anciana murió meses después y María
Cundins, su nieta, se fue a América con unos parientes. Su pista se pierde
ahí.
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