Ubicado en Madrid, El Palacio de Linares, hoy Casa de América, fue un encargo
del marqués de Linares al arquitecto Carlos Colubí. Entre 1873 y 1888, Carlos
Colubí, Manuel Aníbal Álvarez y Adolphe Ombrecht construyeron el suntuoso
palacio, de estilo barroco francés.
Don José de Murga, marqués de Linares, era el segundo hijo del acaudalado financiero Mateo de Murga y Michelena y Margarita Reolid y Gómez. El 10 de junio de 1858, José se casó con Raimunda de Osorio y Ortega, miembro de una noble familia gallega. En 1873, el rey Amadeo I de Saboya concedió a José el título de marqués de Linares. Posteriormente, el marqués añadió a su noble currículum el título de vizconde de Llanteno y
La leyenda cuenta que el
padre del marqués de Linares vivió un tórrido romance con una humilde vendedora
de tabaco, del que nació una hija. La fatalidad quiso que José de Murga se
enamorara perdidamente de ella. Cuando José confesó a su padre la identidad de
su novia, éste reaccionó mandando a su hijo a estudiar a Londres. Poco después,
la muerte sorprendió al padre de José, quien volvió de Londres y se casó con su
amada Raimunda. Un buen día, el marqués de Linares encontró una carta dirigida a
él en el escritorio de su difunto padre. Entre lágrimas de incredulidad, el
joven marqués leyó: “Te habrá sorprendido, querido hijo, mi reacción, después de
haberte dicho tantas veces lo contrario, a la confesión de tu amor por la hija
de la estanquera; ¡pero es que esa muchacha es tu hermana!”. La noticia cayó
como una losa entre los amantes esposos, que decidieron recurrir al papa León
XXIII. El Santo Padre les permitió vivir juntos, pero les conminó a vivir en
castidad el resto de sus vidas. Meses después, Raimunda dio a luz a una hija
fruto de su pecado. La leyenda dice que los esposos decidieron ahogar al bebé
recién nacido y la emparedaron en una estancia del Palacio de Linares. Después
se trasladaron a vivir en distintas plantas del palacio. Sin embargo, existen
otras versiones sobre la supuesta hija que los marqueses tuvieron en común. Para
algunos, la ahijada de la pareja, Raimunda Avecilla, era en realidad la hija
natural de ambos, a la que decidieron adoptar para guardar las apariencias.
Otros afirman que los marqueses enviaron a su hija recién nacida, a la que
llamaron María Rosales, a un hospicio de un pueblo de Valladolid, donde pasó su
juventud. En su espalda tenía tatuados el escudo familiar y en su brazo las
iniciales M.L (Marqués de Linares), para que en un futuro pudiera reclamar su
millonaria herencia. Las lenguas viperinas dicen que a pesar de la imposición de
castidad los marqueses no pudieron resistirse a la pasión que sentía el uno por
el otro y concibieron una segunda niña, a la que llamaron Sara.
Un año antes de que los
medios de comunicación informaran de los extraños fenómenos ocurridos en el
Palacio de Linares, éste ya había sido objeto de estudio de un prestigioso
equipo de investigadores. Durante 1989, el Palacio de Linares fue cuidadosamente
rastreado, analizado y fotografiado por el prestigioso equipo de parapsicólogos
del sacerdote jesuita José María Pilón. Los investigadores confirmaron que en el
Palacio había algo anormal. Frecuentemente, la temperatura de las habitaciones
descendía hasta diez grados bajo cero, incluso en verano. La tranquilidad y
quietud de la capilla del Palacio se veía interrumpida por el sonido de una
música de órgano. Las fotografías reflejaban unos extraños campos energéticos
que hacían presagiar la existencia de fantasmas o espíritus. El equipo del padre
Pilón descubrió la existencia de una poderosa fuente de energía que parecía
proceder de la capilla. La hipótesis de los investigadores contemplaba la
posibilidad de que bajo el frío suelo de mármol se hallaran restos humanos.
Paloma Navarrete, miembro del equipo, declaró haber visto el fantasma de una
niña pequeña de cabello rizado y vestida de blanco que corría por el salón de
baile. Ante estos hechos, la versión de que los marqueses y hermanos de Linares
habían asesinado a la hija fruto de su pecado cobró mayor fuerza.
El informe definitivo que
el Padre Pilón entregó al Ayuntamiento de Madrid el 4 de junio de 1989 concluía
que el Palacio de Linares estaba invadido por campos energéticos cuyo origen se
debía a un dramático desenlace familiar. Según el padre Pilón, el Palacio de
Linares reunía las condiciones físicas adecuadas, dada su ubicación en una zona
de corrientes subterráneas, para que se manifestaran fantasmas y espíritus.
Durante muchos años se dijo
que sobre el Palacio de Linares pesaba una maldición centenaria. Los sucesivos
propietarios del Palacio, la Confederación de Cajas de Ahorro y la empresa Teseo
nunca llegaron a habitarlo. Los vigilantes de seguridad solicitaban su traslado
en cuanto pasaban un par de noches en el edificio. En 1988 el empresario
Emiliano Revilla adquirió el palacio, vendiéndolo un año después al Ayuntamiento
de Madrid.
Hoy en día, transformado en la Casa
de América, hay quienes dicen que algunas noches puede verse a los fantasmas de
los marqueses, vagando desconsolados por sus respectivas habitaciones del
palacio, cumpliendo así su eterna condena de separación.
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